La exposición permanente correspondiente a la sala de Biología Marina -una de las numerosas que conforman el Museo de la Naturaleza y el Hombre-, comprende dos espacios claramente diferenciados, aunque imbricados. Uno, relacionado mayoritariamente –que no exclusivamente– con animales invertebrados, el otro con vertebrados marinos. Aunque se intentó, en su día, dar prioridad a la exhibición de piezas, algunas de ellas de gran interés debido a su escasa frecuencia en su medio natural y la dificultad de observación directa, se incluyeron en contextos didácticos, a fin de que en ambas salas el discurso resultase fluido, concatenado y divulgativo, sobre todo pensando en escolares, evidentemente, principal destinatario del contenido de dichas salas.
La primera de ellas se inicia con paneles introductorios donde se explican las características del medio marino en Canarias y a partir de ese punto inicial se va haciendo un recorrido sosegado y detallado por aquellos grupos zoológicos más importantes y conocidos, desde el punto de vista de su abundancia y papel ecológico, aunque no estén todos los que son, como se decía hace tiempo. Coloristas y llamativas esponjas, organismos muy sencillos, primitivos, sin tejidos concretos, que se limitan a filtrar y retener partículas de la corriente de agua; amplia variedad de cnidarios donde se incluyen vistosos ejemplares de corales, gorgonias, anémonas, medusas y sifonóforos, estos últimos, en numerosas ocasiones portada de diarios por su repentina aparición masiva en las costas de Canarias, se exhiben ostentosos, permitiendo al visitante diferenciarlos con facilidad. Crustáceos de cubierta quitinosa en la que algunos ven propiedades alimenticias. Moluscos con caparazones –conchas- de diferente grosor, en función de su evolución, y donde destacamos el magnífico calamar gigante, reproducido a escala real, en el que sobresalen detalles de interés morfológico, en especial sus ojos, considerados los más evolucionados y gigantescos del Reino Animal.
Paralelamente, se muestran también especímenes de gran envergadura, que hemos querido denominar de forma genérica rarezas y curiosidades, y que se corresponden -sobre todo- con peces difíciles de observar en su medio, caso de una manta diablo, que apareció hace tiempo en la playa del Castillo Negro (cerca del Auditorio de Tenerife), un marlín azul –de talla considerable- que un generoso pescador deportivo donó en su día al Museo o una morena albina, recolectada en los muestreos del Instituto Oceanográfico (centro de Tenerife), que llamó la atención en su día por la falta de coloración.
También exhibimos tiburones de profundidad, aquellos que otrora, en la década de los cuarenta-cincuenta del siglo XX, eran sometidos a una pesca intensiva para obtener aceites para usos cosméticos (entre otras muchas finalidades). Aterradoras quimeras, animales enigmáticos que viven a gran profundidad (2.500 metros) y son frontera entre los actuales y los fósiles, mostrando evidentes signos arcaicos sorprenderán al visitante. La que se conserva en el Museo fue ofertada por el Instituto Canario de Ciencias Marinas, y hace de este primer recorrido la solución que desvela, poco a poco, misterios que encierran las grandes profundidades, más allá de los mil metros.
Respecto a la otra sala, dedicada monográficamente a vertebrados, sobresale el grupo de los peces. Una representación de los más frecuentes y conocidos están expuestos, junto a otros que se presentan vinculados a temáticas que pueden resultar llamativas, caso del tipo de dentición en función de la dieta, con una selección de mandíbulas muy curiosas; morfología según el modo de vida y el hábitat (caballitos, anguilas jardineras, congrios, rayas…), o la coloración atrayente y colorista que desarrollan para diversos objetivos: camuflaje, ahuyentar al enemigo, atracción sexual de la pareja…
Frente a esto, destacando en una delicada y diáfana galería que da sensación de placidez y tranquilidad, se muestran reproducciones (a escala real) correspondientes a mamíferos marinos (delfines y calderones principalmente), así como reptiles –tortugas- donde no podía faltar la llamada boba, frecuente en nuestras costas, o la espectacular laúd que posee un caparazón más delicado de tipo córneo, que en ocasiones transita por nuestras aguas.
Música ambiental, vídeos complementarios y luces de apoyo hacen de estas dos salas lugares idóneos donde pasear entre información actualizada, rigurosa y amena, conociendo algo más de nuestra vida marina y obligándonos –al término del recorrido- a esbozar una sonrisa de asombro y curiosidad. Y ¿no creen ustedes, señores, que hace falta sonreír un poco en estos tiempos? Pensamos que sí…les esperamos.
Fátima Hernández Martín, Dra. en Biología Marina y Conservadora del Museo de la Naturaleza y el Hombre.